jueves, 3 de marzo de 2011

Tres dementes

Quien comparte estos escritos, hace algunos años permitió que la tristeza formara parte de su vida cotidiana.
Transcurrieron los meses y mire lo que le pasó: Siendo de baja estatura, de repente se sentía muy alto; en ocasiones no lograba concentrarse en nada y caminaba por la calle como si anduviese drogado.
Un día no le quedó más remedio que acudir con un médico psiquiatra. En el porche de la casa del doctor, aquel piso, para su consciencia se volvió una especie de blando colchón; caminaba con extremo cuidado pues temía caer.
Poco después, ya fuera del consultorio, percibía su cabeza deformándose hacia todos lados a tal grado que, asustado le preguntó a uno de sus cuñados, el cual le acompañaba, si en verdad la cabeza se le estaba deformando. La respuesta fue un rotundo: Claro que no.
Y claro está que fue la profunda y tan duradera tristeza lo que lo enfermó, ya que en la actualidad continúa comiendo prácticamente los mismos alimentos.
Si la consciencia de quien comparte estos comentarios fue tan alterada por su gran tristeza, ¿qué le pasará a la mente de alguno que se deje dominar por uno o varios espíritus peores que ella?
Lo invito a que lea acerca de la locura de Nabucodonosor en el libro de Daniel, Capítulos 4 y 5.
Creo que va a coincidir conmigo en que aquel rey cuando se enalteció fue humillado y, en cambio cuando se humilló fue enaltecido, ya que él mismo dice que al reconocer a Dios como el único que en realidad todo lo puede, llegado el momento mayor grandeza de fue añadida.
Consideremos ahora a un tercer demente
Y cuando salió él de la barca, en seguida vino a su encuentro, de los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo,
que tenía su morada en los sepulcros, y nadie podía atarle, ni aun con cadenas.
Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar.
Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras.
Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló ante él.
Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.
Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo. (S. Marcos 5:2-8).
¿Se fija usted cuánto se parecen en su actuación éstos dos? Nada más que a uno se le llama "loco" y al otro "endemoniado". ¿Qué opina usted, será lo mismo "demente" que "endemoniado"?
¿Qué podríamos decir del primer caso? Que la tristeza es muy natural, pero que es inconveniente dejarnos dominar por ella durante mucho tiempo.
Del segundo caso diríamos que: una cosa es la autoestima, el amarse a sí mismo, y algo muy distinto es el orgullo. En este momento es bueno recordar que, Dios abate a los soberbios y da gracia a los humildes.

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